CIUDADES DEL ANONIMATO, 'NO LUGARES' Y TURISMO ETNOGRÁFICO
Espacios públicos y figuras del anonimato1.
Rostros
sin perfiles se difuminan en el anonimato de las aglomeraciones,
conformando el espacio protosocial, premisa escénica de cualquier
sociedad. El espacio público es, precisamente aquél en el que el sujeto
que se objetiva, que se hace cuerpo, que reclama y obtiene el derecho de
presencia, se nihiliza y se convierte en una nada ambulante e
inestable. Ese cuerpo lleva consigo todas sus propiedades, tanto las que
oculta o simula, como las reales, las de su infamia como las de su
honra, y con respecto a todas esas propiedades lo que reclama es la
abolición tanto de unas como otras, puesto que el espacio en que ha
irrumpido es anterior y ajeno a todo esquema fijado, a todo lugar, a
todo orden establecido.
Quien
se ha hecho presente en el espacio público ha desertado de su sitio y
transcurre por lo que por definición es una tierra de nadie, ámbito de
la pura disponibilidad, de la pura potencia, tanto de la posibilidad
como del riesgo, territorio huidizo –la calle, el vestíbulo de estación,
la playa atestada de gente, el pasillo que conecta líneas de metro, el
bar, la grada del estadio– en el más radical anonimato de la
aglomeración, donde el único rol que le corresponde es circular. Ese
espacio cognitivo que es la calle obedece a pautas que van más allá -o
se sitúan antes de las lógicas institucionales y de las causalidades
orgánico-estructurales, trascienden o se niegan a penetrar el sistema de
las clasificaciones identitarias, dado que se auto-regulan a partir de
un repertorio de negociaciones y señales autómatas. Las relaciones de
tránsito consisten en vínculos ocasionales entre “conocidos” o simples
extraños, con frecuencia en marcos de interacción mínima, en el límite
mismo de no ser relación en absoluto. Aquí se esta librado a los
avatares de la vida pública, entendida como la serie de interacciones
casuales, espontáneas, consistentes en mezclarse durante y por causa de
las actividades ordinarias. Las unidades que se forman surgen y se
diluyen continuamente, siguiendo el ritmo y el flujo de la vida diaria,
lo que causa una trama inmensa de interacciones efímeras que se
entrelazan siguiendo reglas a veces explícitas, pero también latentes e
inconscientes. Los protagonistas de la interacción transitoria no se
conocen, no saben nada el uno del otro, y es en razón de esto que aquí
se gesta la posibilidad de albergarse en el anonimato, en esta especie
de película protectora que hace de su auténtica identidad, de sus
secretos que lo incriminan o redimen, o de igual forma, de sus
verdaderas intenciones, como terrorista, turista, misionero o emigrante,
un arcano para el otro.
2.- Los 'no lugares' y el turismo a gran escala.
Todos,
también, hemos estado solos en algún aeropuerto, en ese terminal de una
red inmensa e indeterminada de flujos que se mueven y se mezclan en
todas direcciones, en esa situación de tránsito tan propio de los
no-lugares, se experimentan ciertos estados de gracia posmodernos como
el del viaje, cuando en lugar de estar, nos deslizamos, transcurrimos,
sin afincar nuestra identidad ni tener que comprometernos más allá de
dos horas. Aquí, en estos nuevos espacios de la indefinición, donde el
tiempo se extiende como goma de mascar advienen nuevas y extrañas
enfermedades como las cronopatías -derivadas del abrupto cambio de usos
horarios no asimilables a los ciclos biológicos. Este extraño personaje,
el viajero, nunca está, ni nunca estuvo realmente en un sitio, sino que
más bien se traslada, se desplaza, él mismo es sólo ese tránsito que efectúa y en el momento justo en que lo efectúa.
El
espacio se constituye a través de interrelaciones, desde lo inmenso de
lo global hasta las formas de la intimidad, es lo que nos abre a un
plexo, a una esfera donde coexisten múltiples trayectorias2.
Estas interrelaciones hacen del hombre un ser abierto al mundo, un
constructor de espacios que a su vez lo constituyen a él. Hombre y
espacio se co-determinan en interacciones potenciales; el espacio nunca
puede quedar clausurado sobre sí mismo, nunca puede agotar de modo
simultaneo y completo todas las interconexiones.
Todo
esto acontece –o deja de acontecer– en los así denominados “no lugares”
en oposición al concepto "antropológico de lugar” asociado por Mauss3 y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio. Los no lugares
son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de
personas (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios
de transportes, o también los campos de tránsito prolongado. En este
momento en el que, sintomáticamente, se vuelve a hablar de patria4, de la tierra y de las raíces, lo que prevalece es el turismo a gran escala.
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Para convertirse en turista es necesario adoptar una actitud: revisar folletos, proyectar itinerarios, tramitar documentación. Curiosamente el pasajero de los no lugares sólo
encuentra su identidad en el control aduanero. Mientras espera, obedece
al mismo código que los demás, registra los mismos mensajes, responde a
las mismas apelaciones. El espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud5.
¿Por qué? Porque los no lugares mediatizan la relación del individuo
con el espacio al crear una contractualidad solitaria; los no lugares se
definen por las palabras o los textos que nos proponen para que podamos
establecer una relación con ellos. cuando la relación con la historia
se estetiza y desocializa, cuando se vuelve artificiosa, como en el caso
del turismo y en el que el tour
y el calendario fotográfico se vuelven souvenir de los sitios y las
ciudades se transformadas en museos y en mera alusión: la imagen
suplanta al monumento, al lugar y la relación que con él pueden
establecer los individuos, y deja, por tanto, de ser una forma de fijar
la identidad. Más bien es una forma de suplantación o simulacro. Como el
protagonista es incapaz de crear un vínculo real tanto con los espacios
como con las personas, el simulacro es la única manera que se le ocurre
para reencontrarse consigo mismo.
Los
espacios turísticos son, a este respecto, enclaves diseñados para
secuestrar cualquier experiencia real del visitante con la ciudad,
regulándolos a través del control de cuatro aspectos principales de la
agenda: el deseo, el consumo, el movimiento y el tiempo. El deseo y el
consumo son regulados por la promoción y el marketing. El tiempo y el
movimiento están estrictamente confinados (por pasillos, torniquetes de
acceso, escaleras mecánicas, túneles y galerías) y monitoreados (por
cámaras y guardias de seguridad). El uso del tiempo es también
delimitado por la programación de espectáculos y representaciones y por
características físicas como la disponibilidad o ausencia de asientos y
lugares de reunión6.
Las experiencias y productos en oferta combinan la homogeneidad y la
heterogeneidad, suficiente tanto para dar un sentido de comodidad y
familiaridad como para inducir también un sentido de novedad y sorpresa.
Estos enclaves son generalmente incorporados en una textura urbana que
se ha convertido en un objeto de fascinación y consumo en sí misma. Ir
de malls constituye
en sí mismo una actividad y un programa. Las grandes tiendas por
departamento, megaproyectos urbanísticos, paradigmáticos de la
globalización, estas verdaderas “postales de la modernización” operan
como ciudades satélitales; los nuevos shoppings a imitación de los malls
norteamericanos. Renovaciones urbanas todas que, no sólo continuaron la
filosofía de los proyectos faraónicos bajo las dictaduras
latinoamericanas -las grandes autopistas, los volúmenes deshumanizados
de la arquitectura – en un paroxismo globalizador del neoliberalismo.
La gran ciudad ha asumido el estatus de exótica7.
Esto ha hecho que el turismo moderno ya no esté centrado en los
monumentos históricos o los museos, sino en la escena urbana, o más
precisamente, en alguna versión de la escena urbana fronteriza, no
adecuada para el turismo. La "escena" artificial que los visitantes
estándar consumen está compuesta por un calidoscopio de experiencias
orientadas por agencias turísticas. Pero lo que el verdadero explorador
-lo que este particular tipo de turista etnógrafo8- busca es una especie de turismo aventura urbano;
salir de las áreas donde deambulan habitualmente los turistas puede ser
una experiencia peligrosa -y por ello excitante-, adentrarse en nuevos
territorios nocturnos, en áreas "tensas" –barrios fronterizos– o
simplemente zonas donde pueden vivir y trabajar personas de verdad, ubicadas
en los márgenes urbanos, más allá de los cordones industriales:
minorías étnicas, gente de color, inmigrantes, pobres. Tales áreas
pueden ser atractivas precisamente porque no han sido construidas ni
dispuestas para los turistas. Aquí, fuera de la habitual zona acomodada,
los turistas pueden pasear en un espacio intelectual y físico
interesante e impredecible. Hay algo emocionante en ese límite.
[...]
Vásquez Rocca, Adolfo, "El vértigo de la sobremodernidad; "no lugares", espacios públicos y figuras del anonimato", en DU&P REVISTA DE DISEÑO URBANO Y PAISAJE, UNIVERSIDAD CENTRAL DE CHILE, FACULTAD DE ARQUITECTURA, URBANISMO Y PAISAJE
, FAUP, ISSN 0717- 9758, Volumen IV, Nº10, 2007.
http://www.ucentral.cl/Sitio%20web%202003/Revista%20Farq/10_vertigo_delasobremodernidad.htm
http://www.ucentral.cl/Sitio%20web%202003/Revista%20Farq/pdf/10_vertigo_delasobremodernidad.pdf
Adolfo Vásquez Rocca PH. D.
adolfovrocca@gmail.com
DanoEx
Adolfo Vásquez Rocca PH. D.
adolfovrocca@gmail.com
DanoEx